Cada vez que
pronunciaba la menor frase intercalaba palabras de esas que denominan de grueso
calibre, groserías, verduras, ajos o como se les quiera llamar, en este país
les decimos simplemente madrazos o hijueputazos, y pare de contar; eso era lo
que escuchaba la gente; los que teníamos un mínimo trato con él conocíamos más,
mucho más. Es que el tipo hablaba lo que pensaba, mejor dicho pensaba en voz
alta y lo que pensaba no era muy diferente de lo que su vocabulario reflejaba.
En cualquier corrillo,
de esos que abundan en los pueblos,
donde se comenta de todo y hasta se arreglan los problemas más graves de
las relaciones internacionales se le oía decir al “Lenguabrava” (que pena, no
se lo había presentado): “A esos
hijueputas lo que les hace falta es plomo, bombas… unos diez mil muertos y se
calman los malparidos”, refiriéndose a un problema limítrofe, “A los gringos
toca es que los maricas chinos les vuelvan mierda el comercio internacional y
así si afinaban los monitos …” y por ese estilo eran sus expresiones y
comentarios
Mujer bonita que
pasaba, mujer que le alborotaba los instintos y lo dejaba diciendo lo que
pensaba hacerle cuando se le presentara la oportunidad. Por fortuna para ellas,
que yo sepa, jamás se dio la ocasión con ninguna. A una chica con el trasero
más hermoso de esos contornos la veía y comentaba: “Esa niña no debería cagar
por el culo, como va a untar de mierda esa obra de arte”; mujer con un cuerpo
atractivo le decía en su propia cara: “Adiós, buen polvo” y en cualquier acto
social donde pudiera colarse, porque nadie lo invitaba, soltaba los comentarios
más devastadores que puedan imaginarse; una dama, de la alta sociedad
pueblerina, le dio por preguntarle que sería un granito que tenía en la lengua,
“Lenguabrava” observó y le dijo muy serio: “Eso es un chancro… de tanto
mamarlo”. La pobre señora casi se desmaya pero él, continuó su recorrido por la
sala, como si hubiera hecho un comentario que no se salía de lo normal.
Y su forma de saludar
era (o es porque no he sabido de su fallecimiento) de campeonato, y saludaba de
rapidez como masticando las palabras para que no alcanzaran a captar con
exactitud lo que decía; escuchen, nada más, la traducción está entre
paréntesis:
“¡Güevas noches, culo
están!” (Buenas noches, como están); “Se me alarga la verga” (Me alegra verla);
“Buenas las tengan todas y que duerman como las jaulas” (con el pájaro adentro,
agregaba en voz baja), “Que pasen una buena noche… o que duerman”. Todo lo que
decía tenía un doble sentido malintencionado, sexual, morboso. Y miren como se
transformó el asunto, no crean que para bien, ¡Qué va!, en esta pequeña ciudad
donde pasa de todo pero muy de vez en cuando, apareció una española igual o
peor de maldiciente que “Lenguabrava” y su disculpa, al comienzo, porque
después a los dos les importaba un comino lo que pensara la gente, “es que en España todos hablan como les venga en
gana, tío, no como vosotros, vamos, que pensáis que puedan decir los demás, joder”
Como si se conocieran
de toda la vida, desde que apareció la ibérica se hizo inseparable del local y
se sabía dónde ubicarlos por las carcajadas desaforadas y la lluvia de
vulgaridades que desataban porque no podían soltar una frase sin intercalar una
palabra soez donde se mezclaban las maldiciones nativas con las de la madre
patria y el gilipollas, coño, la polla, el pito se mezclaban con el güevón, la
verga, la chimba y todos los sustantivos y adjetivos que han florecido a lo
largo de los siglos para referirse a los genitales. Ambos se cagaban en la
hostia, le daban por culo a los nativos, iban a por la madre que os pario
malparidos y así soltaban el sartal de expresiones que se hizo corriente donde
se encontrara la pareja pero que nadie aceptaba. Claro a ella también le
acomodaron su mote: “Lenguafina” y ya se hablaba del “hermoso matrimonio” entre
estas dos lenguas viperinas y la
imaginación los llenaba de hijos que conformarían una “Academia de la lengua”
municipal.
Cuando las personas
conviven durante cierto tiempo se mezclan las costumbres, sobre todo las malas
y, por encima de todo, las expresiones lingüísticas, de manera que la pareja
resultó hablando un revuelto idiomático del carajo. Ella pronunciaba su español
como lo que era, una española, con ese
deje en las ces y las zetas, pero el
bestia de “Lenguabrava” que a duras penas aprendió el abecedario hablaba como
un español falsificado y a todo lo que le sonara s le daba el acento de su
amada y hablaba con el plural de la segunda persona en una forma muy cómica,
“Todos vosotros ereis unos malparidos”, decía, y nosotros jajaja; “aprenderéis
de mi a hijodeputiar correctamente, atorrantes”, jajaja; “no ereis más que un
atajo de asnos gilipollas y unos follones depravados” y el mismo se desternillaba
de risa con el coro de la “Lenguafina” que le decía “ay, querido, que de
vuestra madre no sacaste ni mierda…”. Lo decía porque la vieja fue maestra de
escuela y el burro jamás pudo terminar la primaria.
Eso de pareja era un
decir, vivían en la misma casa y andaban como la uña y el mugre pero nunca
tenían una manifestación de cariño en público, y supimos que en la casa de la
maestra (la madre de él) dormían en alcobas separadas. Causaba curiosidad que
ninguno de los dos soportaba que alguien del sexo opuesto se acercara al otro.
“A donde vais, zorra de mierda, que se muera la madre que te pario si le tocas
un pelo”, decía la española cuando cualquier mujer del pueblo se aproximaba al
hombre; y él, “Quieto don hijueputa, qué se le perdió, cambie de rumbo marica o
le rompo la jeta”, todos pensábamos ¿Qué, y eso qué?, pero años después
descubrimos que era su forma de manifestar ternura; con su lenguaje desmadrado,
su desfachatez para expresarse y su manera grosera de hablar de todo, incluidas
las madres que los parieron y Dios, sentían una atracción total el uno hacia el
otro, total, sin resquicios, sin concesiones a
la deslealtad.
Y miren que vaina tan
curiosa, eran creativos, muy creativos… a su manera, claro está y cuando supieron
que los llamaban “Academia de la Lengua” lo tomaron en serio y a transformar el
idioma se dedicaron en cuerpo y alma. Cada semana sacaban una nueva norma
idiomática, bueno, digo norma porque ellos simplemente soltaban el chorro de su
verbo desaforado y toda la juventud del
pueblo adoptaba sus expresiones al lenguaje cotidiano con el beneplácito de
toda la muchachada y el escándalo de los mayores comenzando por el cura y el
alcalde. La primera innovación se dio en las palabras terminadas en culo, ellos
dándoselas de bienhablados decían vehiano, forunano, fasciano por vehículo,
forúnculo y fascículo; y se paseaban orondos, orgullosos por su aporte a la
sagrada lengua de Cervantes. La alegría no duró demasiado porque en pocos días
dieron vuelta a la reforma y todas las palabras terminadas en ano cambiaron a
culo como enano, rábano, banano y todas las que ustedes conocen quedaron como
enculo, rabaculo, banculo, etc. Todas, si, todas.
En otra temporada
decente decidieron acabar con la costumbre de los raizales de pronunciar la
elle como ye: cabayo, cabeyo… y cogieron
la costumbre de decir: durante la
tormenta calló un rallo, quiero un cuaderno rallado, la llegua es la mujer del
caballo, las ballonetas son armas que lla no se usan, jajaja, que benditos,
nosotros, los no tan jóvenes pero tampoco veteranos, reíamos con disimulo si
había gente respetable pero a carcajadas si estábamos sin testigos y decían
coplas de todo calibre que soltaban con especial veneno cuando había damas
decentes presentes: “Si el gordo Nerón mató/ de una patada a Popea,/ fue porque
ella le prendió/ una infame gonorrea”, declamaban con un gusto de mejores
destinos y no quiero decirles más coplas para no escandalizar a nadie, en el
pueblo ya estábamos acostumbrados, y es
que hasta las adivinanzas eran de grueso calibre… y en verso: “En libros
escrita está/ como santa y muy doncella/ pero a la hora de la verdad/ todo el
mundo abusa de ella”, y esta otra: “A las muchachas les llega/ porque ya tienen
la edad/ y si les llega a las viejas/ es una anormalidad/ ¿A que no las
pescaron?, bueno, otro día les digo la solución, pero no sean mal pensados.
Lo cierto es que a la
Academia decidieron expulsarla del poblado con la alegría de algunos y la
tristeza de la mayoría (los niños, los jóvenes, los solteros y los forasteros),
en un sitio donde nunca pasa nada es una dicha tener personas o situaciones que
rompan la monotonía de esos días eternos. Dejaron los recuerdos de sus dichos,
sus coplas, las canciones que dejaban con la música pero con letras de su
autoría y un vacio más grande del que hubiéramos creído.
Debieron pasar varios
años antes de tener noticias de Pablo y Magdalena, que así se llamaban y nadie
lo supo hasta que leyeron el edicto de su expulsión, anunciaron su visita al
pueblo por medio de unos carteles que pegaron por todas partes; los postes del
alumbrado público, las paredes disponibles, las carteleras de las escuelas, en
las tiendas y tabernas, por todas partes; Pablo y Magdalena venían por un solo
día a compartir con nosotros sus palabras y nos dijimos “alistemos grabadoras”,
“yo hago la filmación” y el otro, y yo los convenzo para que se queden varios
días en mi casa… y así todos revivimos la imagen de la pareja y sus años entre
nosotros.
El día de su
presentación el destartalado campo de deportes se llenó desde temprano, todos
estábamos con el ánimo dispuesto y la risa a flor de labios; algunos se
ayudaron con licor, otros con grabadoras portátiles y la música de “ellos”, cuando
llegó la hora del Show todo el mundo quedó pasmado, quieto, como paralizado… esos
dos no eran, o bueno, si eran… pero no, que vaina tan rara. Esperamos las
primeras palabras de “Lenguabrava” y quedamos fríos, si mis hermanos, fríos…
perdón, es que lo de mis hermanos lo dijo él y a continuación llamo a su santa
esposa y pensamos “esto es parte del espectáculo y nos dispusimos a reír, ahora
sí, y no joda, sale la española, la “Lenguafina” con una cara de yo no fui y
con un libro enorme sobre el pecho, mientras lo sostenía con los brazos
cruzados sobre él.
“Vosotros sabéis que lo
nuestro son las palabras –dijo- y con mi queridísimo esposo –siguió diciendo,
hemos venido a traeros la palabra verdadera, el Mensaje, la palabra de la vida”
Ahí sí que empezamos a entender, el libro era la Biblia y a estos alguien les
había lavado el cerebro; bueno, dijimos después del aburrimiento de esas dos
horas interminables, estos dos se salvaron pero el pueblo se jodió sin tema de
conversación.
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