1.
Abel, el de mi pueblo
Es un muchacho pueblerino que crece educado con la Biblia al pie de la
letra. Es un poco lerdo para entender y eso hace que repita varios cursos de la
escuela primaria. Sólo cursó el primer año de bachillerato pero lo repitió seis
veces, de manera que sus padres le suspenden la ayuda para que estudie y le
consiguen oficio.
Su ocupación es hacer los mandados de los vecinos que lo solicitan a
cambio de un dinero. El único libro que lee es la Sagrada Biblia y lo entiende
a su manera. Asiste a todos los oficios religiosos y escucha con atención los
sermones del padre pero, igual, acomoda la enseñanza a lo que su mente lenta le
aconseja.
Lo impactó sobremanera la historia de Caín y Abel y recuerda que su
hermano menor tiene vacas y ovejas y no hace sacrificios al señor. El no
cultiva la tierra pero como poco se baña se dice a si mismo que la lleva a
cuestas. Casi no cae en cuenta de que su nombre es Abel y cuando lo hace decide
actuar según lo que recuerda del Génesis.
Un día su hermano desobedece a su padre y le grita a su madre. Las
palabras de la Biblia acuden a su cabeza en desorden, sigue a su hermano y, por
la tarde, cuando este regresa de cuidar sus animales, lo ataca con una canilla
de vaca que encontró en las afueras del matadero. Dice que lo mató igual que el
Abel de la Biblia lo hizo con su hermano menor, para seguir las Santas
Palabras. Terminado el juicio y leído el veredicto condenatorio; alguien del
público le grita: ¡Pendejo, fue al revés!
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