La terrible madre monstruo observó con todo el amor materno,
del que es capaz una de su género, a su engendro bebé; lo acunó lentamente
entre sus tentáculos, lo cubrió de besos nauseabundos, le musitó gruñidos
tiernos en los receptáculos auditivos y lo devoró sin afanes con mucho cariño.
Edgar Tarazona Angel
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