Se dice que melómano es un ser con gusto
desordenado por la música: eso es lo que dice la RAE y se puede deducir de sus
raíces griegas. No soy melómano, ni erudito en música: soy una persona que
disfruta escuchar los sonidos armónicos y melodiosos de los géneros musicales
sin distingos: y eso no significa que me agrade toda clase de música. En este
artículo quiero referirme a esas personas que presumen de un gran gusto musical
y conocimientos profundos de este arte para descrestar oyentes o apantallar a
los mismos. Lo paradójico del asunto es que esas mismas personas se creen su
propio cuento.
En asuntos del arte; que todavía no
ha sido definido porque hay demasiadas definiciones; el consenso popular y
generalizado es que lo bonito y lo que me gusta es arte y lo que no encaja en
estos dos parámetros no lo es. En este orden de ideas los géneros se mezclan y
se confunden y la mal llamada música clásica para los melómanos de ocasión se
limita a Richard Clayderman, Frank Pourcel, Liberace y Andre Rius entre otros, que han
seccionado obras de la gran música y las han popularizado.
Antes dije la mal llamada música clásica
porque esta música tiene varios periodos: barroco, clásico, romántico,
nacionalista, etc. y los músicos también nombrados anteriormente (Clayderman y Cia.) toman compases
aislados de las grandes obras y con unos “arreglos” graban los discos y
complacen el gusto “exquisito” de los amantes de la música de todos los tiempos.
Escuchar unos apartes de Para Elisa,
de la Quinta sinfonía de Beethoven, de las estaciones de Vivaldi es como
casarse con un brazo de la mujer amada y desechar el resto. Y esto es válido
para otras manifestaciones del arte. La música es buena, dicen los melómanos,
si a la persona le gusta, le parece agradable, la emociona o es bonita; de otra
manera es mala o fea. Ya lo dije en otro artículo: el arte no es democrático y
por más votos a favor que tengan Don Omar, Balbin, Pipe Bueno o cualquier
artista popular, jamás podrán catalogarse como mejores músicos que los grandes
maestros.
Las obras de arte trascienden los
límites del tiempo y el espacio, por eso son inmortales. La música popular es
de moda, de momento y esto se aplica a todos los géneros musicales. The Beatles
partieron la música en dos y hoy, medio siglo después de su aparición se siguen
escuchando pero, ¿Quién se acuerda de
Los Chamos, de Menudo, etc.?, muy pocas personas y así se podría alargar la
lista porque también hay clásicos populares como Lucho Bermúdez, José Barros, Pérez Prado que siguen
vigentes a pesar del tiempo. Lo mismo puede decirse de muchos grandes de la
música popular de diferentes géneros como Carlos Gardel, Pedro infante, Louis
Armstrong, Ella Fitsgerald, Frank Sinatra, entre otros que han superado las
barreras y han trascendido.
Los nombro para que no se piense que
sólo me refiero a la llamada música clásica. Y es que el impacto de un cantante
o de un género hace que las multitudes acepten esa persona o esa manifestación
como lo máximo porque se dejan llevar de las emociones y así se ha quedado el
Reggeton, este ritmo fastidioso que, en opinión de entendidos del arte musical,
no es música, ni que decir del hip hop y los demás ritmos urbanos que inundaron
las ciudades, las emisoras y todos los medios de comunicación.
Este es un viaje sin retorno porque
cada día los seres humanos del planeta son más perezosos e inmediatistas y se
aferran a lo que les ordenan los gurúes de las comunicaciones que nada tienen
de gustos artísticos y Lady Gaga, Madona o cualquier ídolo del momento vende
más discos que todos los clásicos juntos que deben estar revolcándose en sus
tumbas.
Me excusan si ofendí emociones y
sentimientos pero necesitaba exorcizar unos demonios musicales que me estaban
mortificando los oídos.
Edgar Tarazona Angel
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