Estaba cuidando mis palomas mensajeras un martes a medio día
cuando llegó y se presentó como un enviado divino; le pedí, por favor, que
aguardara un momento mientras terminaba de asear las jaulas y dijo que no; le
rogué que esperara en tanto echaba el alimento en los comederos; repitió su no
dominante; supliqué mientras los sedientos animales aguardaban a que cambiara
el agua de los bebederos y me gritó con voz celestial que no podía concederme
un segundo.
Continuó amargándome el rato hasta que me cansé y con las
tijeras de cortarles las plumas a las aves rebeldes le despunté las puntas a
las alas arcangelicales de enviado de Dios.
Hoy convive con las palomas blancas, parecidas a Espíritu
Santo, y procrean hijitos mensajeros que llevan cartas al cielo.
Edgar Tarazona Angel
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