Me gusta salir temprano a darle un paseo a la miseria; entre las seis y las siete de la mañana. Encuentro a los mendigos acostados en los andenes y están despertando cuando paso a su lado; los cartoneros recogen el papel y los cartones arrojados a la calle por los ciudadanos más favorecidos y los echan en sus humildes carritos de tracción humana; pasan los borrachines tambaleándose y hablando solos, o emparejados de tal manera que no se sabe cuál sostiene al otro; algunos están acompañados por una prostituta más desastrosa que ellos.
El parque central está solo. De la
iglesia catedral salen los sonidos de los cánticos religiosos entonados por los
feligreses madrugadores. Aparece por una esquina el señor Pardo empujando su
carrito de helados y se instala en un rincón de la plaza donde no estorba, con
una enorme fe más grande que el templo porque a esta hora tan temprana y fría
quién demonios le va a comprar su mercancía. Las palomas eternas revolotean
sobre la plaza esperando a las almas caritativas que todos los días les echan
granos de comida, pero ellas no saben que su mayor benefactora falleció hace
cuatro días y ayer la enterraron.
Las palomitas comen y cagan y vuelan,
no siempre en ese orden pero para el caso da igual porque quien lea esto y
conozca esas aves acomoda el orden según su experiencia porque ellas, sin
precisar la puntería de sus excrementos los arrojan como proyectiles hacia
abajo; bueno, como casi no hay nadie no hay peligro, sin embargo un maldito día
estaba la plaza sola y yo solo y una maldita me cagó toda la cabeza, creo que
ganó el primer premio al tiro al blanco con mierda, se lo perdono porque el
arrullo de todas me aquieta. Pasan algunas parejitas tomadas de la mano y con
cara de satisfacción, acaban de salir de un hotel, ¡Qué envidia!
Escucho desde mi ubicación en la
banqueta fragmentos de conversaciones y me digo que soy muy afortunado en esta
vida mientras pasan personas apresuradas rumbo al templo, van retardadas para
la misa; veo señoras con canastos en dirección al mercado; se me arriman perros
callejeros, me olisquean y siguen, uno de esos malditos levantó la pata y orinó
contra mi banca y se alejó; se detiene
cada diez o doce pasos para rascarse la
picadura de las pulgas y se me viene a la cabeza que los surtidores de agua de
la fuente ayer estaban funcionando y hoy no, ¿Qué Pasó?, los semidioses griegos
de las aguas rodean al gran Poseidón y observo algunas palomas que se bañan y
otras que toman agua y pienso ¿Qué tal echarle al agua unos dos litros de
aguardiente?, Pero, mejor no, mucho desperdicio y las palomas borrachas y tal y
se meten a la iglesia y que tal todas con diarrea... y los perros también toman
de esta agua y se emborrachan y los gamines y... ¡Qué va, que voy a
desperdiciar mi billete y el líquido precioso! En los años lejanos de mi
juventud no madrugaba a caminar sino a llegar a la casa; era como esos
borrachitos del paisaje urbano mañanero; media de aguardiente o ron entre el
bolsillo del saco o el abrigo mas litro y medio en la cabeza y una o dos
mujeres al lado, ¡qué belleza! Miro la fuente desde donde estoy que es la parte
posterior de la escultura y me doy cuenta de que Poseidón me mira con el
trasero y pienso que muy dios y lo que sea pero tenía buen culo. Hoy me
estacioné en una banca debajo de un árbol desde donde puedo ver y oír sin
peligro de que me bombardeen con sus excrementos las palomitas de mi Dios entre
las cuales no hay ninguna completamente blanca y me digo que el Espíritu Santo
no está entre ellas. Llegan las personas del tiro al blanco con escopeta, los
loteros, los del raspado, el viejito con el artefacto de hacer burbujas, etc.
Doy vuelta a la fuente y leo ALEGORÍA AL HOMBRE (Luís Eduardo Suárez,
escultor), dice una placa en algún lado de las esculturas del centro de la
ciudad (que no es el centro) y veo a un viejito haciendo pompas de jabón para
atraer a los niños inexistentes en esta hora porque es domingo y los infantes
están durmiendo y me pregunto ¿A qué horas salen la viejita de la llama peruana
y las fotos y los de los triciclos de alquiler?
El parque es el resumen de todo lo
interesante de la localidad a esta hora de la mañana y mientras observo a los
borrachitos tirados en el piso con sus botellas a medio desocupar con quien
sabe que porquería alcohólica me bebo un sorbo de brandy del bueno y me dan
lástima sin pensar que yo soy de los mismos pero con más dinero. ¿Dónde están
los malos? No sé, tal vez han pasado ante mi vista y no los he detectado o
ellos a mí; es una forma de ser “invisible” y recuerdo “El perfume” que releí
en estos días porque el protagonista desaparecía del olfato de los seres vivos
al carecer de olor y, a voluntad personal, se ponía un aroma para que se
afectaran las emociones y sentimientos de quienes lo rodeaban... estos que
están tirados en el piso si tienen olor; hieden a tufo alcohólico, a vómito,
sudor, pecueca. Yo me huelo y me creo el putas porque me bañé, afeité y la
loción es de calidad.
¡Más tarde, después de otras dos
medias botellas de brandy, estoy abrazado con dos de los que detestaba en la
madrugada!.. hace sólo dos horas, sorbiendo a pico de botella el maldito
alcohol que trata por igual a todo el mundo y mirándolos de frente les
confieso: ¡hermanos…hip…definitivamente el trago es muy democrático! Y Me paro
contra una palma a mear mientras pasan las señoras que van para la próxima
misa.
Edgar Tarazona Angel. Fusagasugá 2003
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