“El día que me muera no quiero que me sepulten en bóveda o en la madre
tierra; mi deseo es que mi cuerpo sea incinerado y las cenizas arrojadas al
viento para mezclarme con la naturaleza para siempre”. Decía todas las veces que se tocaba el tema del último viaje.
Muchos años más tarde, la bodega
donde trabajaba manejando sustancias químicas inflamables fue presa de las
llamas y su cuerpo, lo mismo que toda la estructura del edificio, desapareció
consumido por el fuego.
Terminada la conflagración un
inusitado vendaval levantó por los aires los restos humeantes de la tragedia y
los esparció en diez kilómetros a la redonda.
Edgar Tarazona Angel (Osiris)
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