El niñito avanzó con pasos inseguros y tambaleantes hasta el señor que, según decía su mamá, era su padre.
Al llegar junto a él se agarró de sus rodillas rodeándole las
piernas con sus bracitos regordetes de infante; tan sólo tenía un año y medio
de nacido.
No comprendía que le
impedía a su famoso padre corresponder a
su infantil caricia tan espontánea y tan tierna...
La Gloria y la Fama se habían llevado los afectos del
progenitor famoso dejando tan sólo una estatua familiar.
Edgar Tarazona Angel
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